“El rock es cultura”: recordando una jornada
Hubo una época en la que la frase “El rock es cultura”, ridiculizada ahora por algunos, fue un verdadero lema de lucha.
Me refiero a los acontecimientos del verano del 2002, que son motivo de una interesante exposición de la fotógrafa Claudia Alva, quien estuvo ahí para registrar los hechos. Esta muestra se puede ver en la UPC y se inauguró junto con el denominado Congreso Internacional de Estudios de Rock Peruano. Estas líneas combinan mis recuerdos de aquellos años con una crónica de estos hechos
¿Qué había ocurrido ese verano? Sin aviso previo, el Instituto de Radio y Televisión del Perú, que dirigía la radio y televisión del Estado, había sacado del aire sus 3 programas dedicados al rock: Distorsión (TV Perú), Zona 103 y Averoq (ambos por Radio Nacional). Esta cancelación, por supuesto, me afectó directamente. En mi solitaria adolescencia, estos programas abrieron mi imaginación hacia nuevas posibilidades musicales. Es decir, influyeron en mi identidad, adolescente, (y estoy seguro que la de miles de otros) como seguidor de rock and roll.
Las fotos en cuestión me devolvieron a esos momentos. Aquel febrero del 2002 era la primera vez que pisaba el tan mencionado jirón Quilca, especificamente para asistir a un concierto de protesta contra lo que muchos suponían era un nuevo acto de censura contra el rock. Nadie me quiso acompañar al concierto, tenía 14 años y solo quedaba ir solo. Porque realmente estaba molesto que me quitaran una de las pocas cosas que me daban alegría en esos años escolares.
Pero entendamos el contexto. Hasta la aparición de “Distorsión” los programas musicales de Canal 7 (ahora TV Perú) eran básicamente de entretenimiento, ligeros, donde podías ver videos de, por ejemplo, Shakira, Alejandro Sanz, Offspring y Líbido. Ahí estaban “Shock 17” con Erika Herrick y “Milkshake” con el recordado DJ Héctor Felipe.
El “Chamán del rock” llega a la TV
Todo cambió una tarde de diciembre del 2000. Un tipo parco, con cara de aburrido, había ocupado el horario de las 5 p.m. Ese era el ahora reconocido Pedro Cornejo. El programa en cuestión se llamaba “Distorsión”. No era el típico presentador de programas musicales. Cornejo te explicaba el contexto histórico y la influencia del artista. Y gracias a él, muchos aprendimos la importancia de bandas como Black Sabbath, The Smiths, Siouxsie and the Banshees, Joy Division, Iron Maiden, Alice in Chains, etc

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Jamás olvidaré el especial de una hora dedicado a Ramones !! o el especial de punk rock con videos de Sex Pistols, Exploited, The Jam o Buzzcocks. Fue gracias a ese programa que conocí más de Leusemia, Radio Criminal, D’mente Común o G-3. Por supuesto, Cornejo era toda una autoridad del tema. Era filósofo, docente universitario, crítico musical. Había sido uno de los iniciadores de la movida subte como vocalista de Guerrilla Urbana, dirigió sellos como Eureka y Navaja, y fue, por un tiempo, manager de Mar de Copas. Antes de entrar a “Distorsión”, había publicado los libros “Juego sin fronteras” y “Sobrecarga. Los cortocircuitos de la música pop contemporánea”. Y, además, venía preparando el primer libro sobre historia de rock en el Perú: el imprescindible “Alta tensión”. Era pues, todo un intelectual del rock. Lo que demostró Cornejo a muchos jóvenes es que el rock no era solo música para pasar el rato. Había artistas con discurso, con letras con contenido.
Entonces, para mi, el rock, no era solo gritos, disonancias y excesos, era un género muy distinto a la música comercial que se escuchaba entonces. Eso, es cierto, te hacía sentir diferente.
Casi en paralelo, me había vuelto seguidor de Zona 103, uno de los primeros programas dedicados exclusivamente al rock peruano, transmitido por Radio Nacional bajo la conducción del carismático Juan Carlos Guerrero. Era un formato más ameno: había llamadas del público, concursos, sorteos y presentaciones de bandas. Quizás la más épica fue la de Leusemia en octubre del 2000, editado en un CD bastante feelin’. Ahí Daniel le dedicó “De cartón piedra” de Joan Manuel Serrat a esos “locos que pelean contra dictaduras y opresores”. “Por eso me gusta estar entre tanto loco de mierda, conchasumadre” remataría al final de la canción. El concierto se dio en un contexto político renovado: Alberto Fujimori había renunciado un mes antes, cuando todo hacía suponer que se quedaría 5 años en el poder
La presentación de Leusemia en el Auditorio de Radio Nacional fue un pequeño logro. El grupo más visible de la escena subte, que ahora llenaba grandes locales, tomaba al fin un espacio institucional.
“Una vez escuché una canción/ que me hizo salir de mi”
Zona 103 además organizó conciertos acústicos y presentaciones especiales que ahora circulan en Youtube. Por ejemplo, una transmisión especial reunió a Rafo Ráez, Daniel F y Ricardo Brenneisen en una versión acústica de “Aprendizaje” de Dolores Delirio, que, honestamente, eriza la piel de lo emocionante.
Otro detalle. El programa también hacía un ranking de lo mejor del año. Era un momento de alta producción rockera que no era cubierta por la radio comercial. Sonaban fuerte D’mente Común, Dalevuelta, Leusemia, Metadona, 6 Voltios, Psicosis, Por hablar, etc, etc. Era una buena época para ser un adolescente aficionado al punk y el new metal.
Acá quiero que me corrijan (advertí que estos son mis recuerdos, no una investigación exhaustiva) pero estoy casi seguro que en algún momento del año 2001, Zona 103 pasó de ser un programa sabatino a uno diario, que comenzaba a las 4pm.
Luego, a las 5 arrancaba el programa más radical que se ha escuchado en la señal estatal: Averoq, bajo la conducción del vocalista de Del Pueblo, Piero Bustos y con la producción de la poeta fundadora de Kloaka, Dalmacia Ruiz Rosas. Ahí podrías escuchar, por ejemplo, bandas de black metal peruano. O ska, fusión, grupos subtes de los 80 como Narcosis (fue la primera vez que los escuché) y mucho rock peruano, con un perfil un poco más politizado
Escuchar todo eso en la radio del Estado no era poca cosa. Se vivía un ambiente de cambio con la salida de Fujimori y un regreso paulatino a la democracia, bajo la presidencia de Valentín Paniagua, titular del Congreso que había sido electo ante la renuncia del dictador.
Estos aires de cambio durarían poco.
Fin de una etapa
Crecí viendo noticias en la televisión y radio de que el mundo se acabaría el año 2000. Así que era muy alentador haber llegado tranquilamente al 2002, comprobando que si bien el mundo seguía igual de cagado, por lo menos, no se había terminado.
Lo que sí se había terminado era el rocanrol en los medios estatales. Al menos por un tiempo. En enero de ese año, estos programas no reaparecieron.
Recientemente, en el libro “Escalera al infierno” (Heraldos Editores, 2022), Piero Bustos explicó lo siguiente:
“El pretexto para sacarnos del aire, junto a otros programas de rock peruano, fue que el director de la estación no cubrió con eficiencia la tragedia de Mesa Redonda (incendio descomunal que afectó esta zona comercial del centro de Lima y que dejó por lo menos 277 muertos).
Carlos Urrutia, jefe del Instituto de Radio y Televisión del Perú, llamó la víspera de Año Nuevo para reclamarle al programador la falta de reporteros en la Morgue de Lima
–Se han ido todos, le contestó disimulando su risita de insidioso.
–¿Y el director, dónde carajo está?, vociferó Urrutia.
–Se fue a las playas del sur.
–¿Y quiénes están ahora en la radio?, volvió a interrogar Urrutia.
–Solo están los del Averoq
–¡Qué buena concha! Encima que se va, deja a sus amigotes del rock.
–Interrumpe ese programa y pon las noticias de los muertos!, sentenció, al fin, el jefe.
Sabíamos que estábamos jugando los descuentos, a pesar de las afirmaciones de nuestro director, el poeta Tulio Mora, que decía que le habían renovado la confianza. La camita estaba hecha pues al toque salió una nota en La República que denunciaba a Tulio por su falta de profesionalismo en el manejo del Departamento de Prensa. También criticaban la programación, decíam que estaba llena de sus amigos, sin preparación alguna.
A la semana siguiente ingresó a Radio Nacional el nuevo director y primer funcionario de la era Toledo que debía poner mano dura para frenar la supuesta anarquía de los artistas que habíamos tomado la emisora y orientar esta nuevamente al servicio del gobierno peruposibilista.
En la puerta de la radio había órdenes para no dejarnos entrar.
En aquel momento salió el canoso programador para comunicarnos oficialmente que estábamos despedidos.
–Muchachos, es por demás. El loco no quiere saber nada con el rock.
Y agregó:
–Ha dicho que el rock no es cultura” (Bustos, 2022, pág 59 - 60)
No deja de ser irónico lo que cuenta Piero. Fue un gobierno de retorno a la democracia como el de Alejandro Toledo, y no una dictadura como la de Fujimori, la que canceló de manera autoritaria 3 buenos programas de música.
Por primera vez en Quilca
Esto es ya un recuerdo personal y muy afectivo. Fue un sábado, quizás de febrero. Me enteré, de repente, por algún diario. Había cierto descontento por estas cancelaciones que se vio reflejado en algunos pocos medios de comunicación. Imaginar la vida sin redes sociales (Whatsapp, Tiktok, Facebook, ni siquiera MSN!) ahora es casi imposible.
Seguramente estaba en casa de mi abuelo en Independencia cuando me dirigí al jirón Quilca. Seguramente bajé en el puente del Ejército y empecé a preguntar dónde quedaba esa famosa calle donde vendían libros, discos y casets. Porque sí, antes de Google Maps, para llegar a un lugar en específico, uno tenía que preguntar a todo el mundo, equivocarse en la ruta o ver un plano.

Hubiera querido ir con más amigos pero es que francamente a nadie en mi colegio le interesaba la movida rockera nacional. Lo primero que vi en Quilca es que había gente de todos los barrios, algo que rompía el paradigma al estilo MTV de que el rock era “cosa de pitucos”. Esto era distinto. No era Líbido u otros grupos que veías en la televisión. Había rostros mestizos, morenos, blancos, de todas partes.
Fue en la multitud que, al fin, conocí a Piero Bustos, más viejo de lo que había imaginado. Me acerqué y en un arranque de emoción le dije: “los que te sacaron son unos concha de su madre”. Piero dio algunas palabras, quizás presentó a las bandas. Ver los tragos, discos, libros, tanta gente en cuero o jean o las meretrices del jirón Cailloma fue una novedad para mi.
Estuve solo un rato. Vi a César N tocar su “Dime quién es el presidente? Es un rechucha”… y a Maestro Caníbal lanzar unas arengas contra la realidad nacional.
Según recuerda Piero, hubo movilizaciones a Palacio de Gobierno, conciertos callejeros y plantones en la puerta de Radio Nacional. También sirvió la intervención del congresista socialista Javier Diez Canseco para hacer respetar la validez del rock como producto cultural
A los pocos meses, en marzo del 2002, el rock en Radio Nacional volvió con Tránsito, conducido por Cucho Peñaloza. Años antes, el programa se transmitió por Radio Miraflores, con mucho éxito y había el rumor de que sería re lanzado en Studio 92. Su fórmula era distinta. Cucho era más pausado, disfrutaba de lanzar datos interesantes. Le encantaba conversar de rock y cine.
Inicialmente, Tránsito era un programa sabatino que luego pasó al horario de lunes a viernes. Comenzó con mucha información de rock clásico, cosas que le gustaban a Cucho como Velvet Underground, Iggy Pop, Rolling Stones, Patti Smiths, etc, etc. Luego fue incorporando entrevistas a grupos nacionales.
Tal como confirma Piero Bustos, ante la insistente presión, Averoq pudo regresar a Nacional aunque por un breve tiempo, junto a Zona 103. Piero y Cucho no se llevaron nunca bien, políticamente eran opuestos. De hecho, el vocalista de Del Pueblo se refiere a él como un “frívolo y reaccionario conductor de rock”.
Al respecto, Piero indica:
“Regresamos como coauspiciadores, o sea, sin sueldo y bajo una constante presión sobre nuestra productora (Dalmacia Ruiz Rosas). Fuimos advertidos de que no se permitirían lisuras en horario familiar ni que intentáramos hablar de política porque ahí sí nos botaban al toque. La primera cobardía del fulano (Luis Umbert, entonces director de Radio Nacional) fue no permitir el ingreso de Dalmacia a la radio, luego de defender nuestra posición frente al veto de la canción ‘La base del poder’ del emblemático grupo D’mente Común.
Hartos ya de este asunto y el día en que la ciudad de Arequipa se rebelaba, exigiendo la no privatización de sus empresas eléctricas, pusimos la canción ‘Perú no existe’ del grupo arequipeño Barriada Vulgar. Eso fue todo. El Loco Umbert ingresó a la cabina para expulsarnos definitivamente con palabras soeces que fueron respondidas de igual forma. Así fue comoo el Averoq se fue con la frente en alto a volar de otra frecuencia, libre y autogestionario” (Págs. 61 y 62)
Efectivamente, Averoq siguió en Radio Unión, en horario dominical, con más libertad para difundir ideas de cambio y músicas disidentes, principalmente peruanas. No recuerdo bien si Zona 103 regresó en algún formato virtual. Al mismo tiempo que Dalmacia y Piero salían puteantes de Radio Nacional, Cucho entraba a TV Perú con su recordado TV Rock, que iba las tardes de sábado.

Los primeros meses de TV Rock fueron geniales. Se creó una pequeña comunidad de asistentes que se hizo llamar “La familia Manson” a quienes veías bien ataviados en la puerta de TV Perú y, haciendo cola para las grabaciones. Ahí conocías gente que vendía casets o repartía flyers de conciertos underground. Cucho hacía sorteos y les regalaba revistas Rolling Stone o CDs con preguntas como: ¿Quiénes eran integrantes de Velvet Underground? (al menos esa la respondí una vez). El programa luego cambió de rumbo y tuvo invitados muy random como la vedette Haydeé Aranda, Monique Pardo, Jaime Lértora o Gianfranco Brero. Cucho es una enciclopedia musical, pero siendo sinceros, no es precisamente un Jaime Bayly para las entrevistas. TV Rock devino en un programa de videoclips. Cuando desapareció, ya había dejado de seguirlo.
Si bien estoy mencionando programas en medios del Estado, no puedo dejar de referirme a “TV Insomnio” con Sergio Galliani transmitido increíblemente, por Latina en horario de lunes a viernes. ¿Se imaginan un programa de rock nacional ahora en ese canal?
Me fui por las ramas tratando de organizar mis recuerdos sobre estos programas, que son quizás los últimos en señal abierta dedicados al rock. Lo lamento si los abrumé. Pero, sí, era necesario entender este contexto para responder a la frase inicial. ¿Qué significa que el rock sea cultura? Yo planteo este espacio para la opinión y divagación personal. Para la teorización aburrida hay otros expertos y como entenderán, tomaría mucho tiempo un artículo que responda esta y otras preguntas. ¿Todo rock es cultura? ¿La chicha, el reggaeton o la salsa no son cultura? ¿Todo es cultura? ¿Si el rock es cultura permitiría acceso a radios o menos impuestos en conciertos? ¿El día del rock peruano debería ser la fecha de nacimiento de Pedro Suárez Vértiz?
Cuando la frase se puso en debate, hubo muchas personas del propio gremio que se mostraron en contra. Con ánimo de joder y provocar, una banda colocó la frase “El rock no es cultura” en el booklet de un CD. Para algunos, esta idea contradecía el espíritu contestatario del género . A otros les parecía poco más que “una huachafada”. ¿Quiénes mejor que los propios rockeros para dividirlos?
Uno de los objetivos, creo yo, era darle legitimidad a una manifestación musical que ya para entonces había pasado las 4 décadas y que aún era vista como algo menor desde una esfera de alta cultura. Recuerden cuando César Hildebrandt entrevistó a Rafo Ráez y le dijo: “la inteligencia al fin llegó al rock”. Aunque un rockero menospreciara a la cumbia o la salsa, debe entender que para un elitista aficionado a la música clásica, estos géneros eran prácticamente lo mismo: música popular y de entretenimiento. “Veo que el rock es cultura ha sido un caballo de batalla solo para entrar a conveniencia en ciertas instancias institucionales y/o municipales, mas no para pensar en una diversidad y complejidad”, me dice Luis Alvarado mientras reflexiono, brevemente sobre el tema
Hay que recordar también que por lo menos hasta los 80, una parte de la izquierda calificaba a esta música como “imperialista” o “alienada”. En la derecha conservadora, se le veía como “decadente”, “degradante” o “inmoral”. Los prejuicios venían de todo lado. Cuando le pregunté al cura de mi colegio si escuchar heavy metal era pecado, me dijo muy serio: “No, no es pecado. Escuchar heavy metal es una estupidez porque eso no es música”. Pero yo sabía que era buena música!
Felizmente, hay muchas cosas que han cambiado ahora. El rock ha logrado, efectivamente, una legitimidad, una seriedad. Hay exposiciones y libros del tema. Fue gracioso cuando una periodista joven dijo “los del rock es agricultura” para referirse de manera burlona a ese estereotipo de fanático intolerante y cerrado. Es cierto, debe caer recontra mal un rockero que despotrica contra el reggaeton y otras músicas de moda que se enfocan en lo pasajero antes que en lo artístico. Fuera de eso, creo que acciones como las de Piero Bustos, César N (QEPD) o Dalmacia Ruiz Rosas de defender una causa por convicción y no por interés monetario son ejemplares en una época donde la música tiene menos ideales.